Amanezco en el campo. Emergiendo
del horizonte brota el sol como una naranja y enseña a cada ser o cosa a trazar
su sombra cambiante. En alboradas y crepúsculos, mansamente, se deja mirar de
frente sin herir. Y, al alba, se ansía su calor con la misma intensidad con que
se le huye en los agobiantes mediodías o en la calima de las tardes. Y, al verlo
ascender imperceptiblemente caldeando el relente, intuyo que es nuestra
condición desear aquello que después temeremos y luego, en el crepúsculo, supongo
que nuestro destino es perder siempre lo que amábamos. Nuestra sombra cambiante.
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2 comentarios:
Linda foto.
Escuché hace poco algo que decía mas o menos así: "Totalmente desprevenidos entramos en el tardecer de la vida. Lo peor de todo es que nos adentramos en el, con la falsa presunción de que nuestras verdades e ideales nos servirán a partir de entonces. Pero no podemos vivir el atardecer de la vida con el mismo programa que la mañana, pues lo que en la mañana era mucho, en el atardecer será poco. Y lo que en la mañana era verdadero, en la tarde será falso".
Tu post me lo recordó...
Saludos.
:)
Y es que, Insumisa, hasta a los seres más indómitos el tiempo nos va volviendo mansos. Al menos, mansos de corazón. Y, con un poco de suerte, hasta bienaventurados.
Saludos.
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