11 de diciembre de 2012

Sin tiempo



El monte, de lejos, es pardo. Lomos de lobo sus laderas. En las solanas, empinadas, crecen marojos tan juntos que deben sortearse de costado. Los brezos y las jaras forman lagunas verdosas afincadas sobre cuatro dedos ocres de hojarasca. De vez en cuando, un macizo de biércoles o de ardeviejas blinda un claro. Las umbrías conservan todo el día la escarcha como la cara áspera de un viejo que, tras enjabonarse, se quedó dormido y olvidó pasarse la navaja. Sin romper el silencio transparente, una becada remonta entre la fusca cortando con su vuelo de seda, medio segundo, la quietud.

4 comentarios:

Ángeles dijo...

Y luego hay cuatro pintas por ahí a los que, porque componen cuatro ripios, los llaman artistas.

Isidro dijo...

Que embrujo no tendrá, que embriaga al cazador y le hace poeta.

Lan dijo...

Muchas gracias, Ángeles. No hay para tanto. Casi me sacas los colores.

Lan dijo...

De eso, Isidro, poco te puedo decir a ti, porque en horas de campo y en observaciones no sé si habrá alguien que te iguale.
Saludos.