1 de abril de 2011

El avispero seco

Perdonar las injurias, ésas que uno no supo perdonar en el calor del momento, que era lo suyo, y que el tiempo consecutivamente degradó en malos quereres, en miradas esquivas, en rencores inútiles y al final, inevitablemente, en matracas olvidadas, en tediosos y ridículos recuerdos. Perdonar las injurias, como si éstas no terminaran, para bien del ofendido, por absolverse solas. Puede que esos ultrajes, que nos sofocaron un día, otro terminen por mostrarnos lo inútiles que somos, por avergonzarnos, lo mismo que abochornan las tantas tontunas que hicimos en la vida. Recordar las injurias: no hay nada más cansado.

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