23 de octubre de 2010

Dolor de espinillas

Los atardeceres dominicales, siendo niño, acudían inexorablemente acompañados por un extraño remordimiento al que, físicamente, se añadía un dolor persistente en ambas espinillas. Era una especie de resaca abstemia que sólo afectaba al ánimo y las piernas. En rebeldía resignada afrontaba la desagradable vuelta a la monotonía del orden tras horas sin programa. Cada fin de semana, que siempre imaginaba inacabable, era, medido en tiempo, decepcionantemente breve. Pero yo no tenía aún ese sentido y lo apreciaba sólo en luz y juego. El dolor de canillas y aquella forma desoladora de percibir el tiempo se esfumaron junto con la infancia.

2 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

Qué curioso lo de las canillas!

[y mira tan pequeño tenías ya esa sensación de tarde domingo!...]

oye, y de aquella carita no parece que fuera a brotar tu posterior escepticismo...

Lan dijo...

Sí, es verdad, me sorprende haber tenído aquella cara de ilusión. Se ve que el aprendizaje reduce el espacio que nos queda para ella.
Pero, Zeltia, de vez en cuando aún puede quedar un asomo en la mirada o en la risa.
El dolor de espinillas no lo olvido, era muy peculiar.