8 de marzo de 2010

Ciudades grandes

Las ciudades grandes hay que visitarlas antes de que te hastíen. Luego, ya todo se repite. La familiaridad quita misterio. Al hostelero, en cuanto se relaja, le sale su afable acento gallego que antes mantenía a raya, quién sabe si por timidez. El dueño del asador vasco, donde el pescado es exquisito, resulta que no es vasco sino que es de un pueblín pegado al tuyo y ya no sabes si volver, pues encuentras la misma familiaridad que en tu barrio y, todo lo nuevo, deja de serlo enseguida y se vuelve usual, ajado, rutinario y prosaico como la vida.

4 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

siendo aún joven, aquejada de un ataque de autocompasión por la vida que estaba llevando, rutinaria y sin horizontes, descubrí, para mi bien, que hasta los viajeros, los aventureros, los soldados de fortuna, las actrices de cine, los guardabosques en alaska, tienen su rutina, pasan por las cosas más excepcionales con la mirada del que ya lo ha visto, ya lo ha vivido en muchas ocasiones,
y así,
hasta lo maravilloso pierde lustre.
quizá lo único que consigue hacer algo nuevo es cambiar nuestra propia mirada.

Insumisa dijo...

Capacidad de asombro que le dicen. Poder ver no solo con los ojos le da un toque de renovación constante a todo.
Pero no siempre están los ánimos para dejarse embriagar por "lo inédito de lo cotidiano".

;-)

Lan dijo...

Claro, Zeltia, pero nuestra mirada es ajena a nuestra voluntad, y saltan las novedades por resortes inesperados y desconocidos.

Lan dijo...

Lo inédito de lo cotidiano es algunas veces encontrar la rutina donde no esperabas dar con ella. Así son las cosas, Piel de Letras.