12 de mayo de 2009

Por simpatía


En el cine Capitol le tenían prohibida la entrada. No era nada personal, tampoco es que fuera un individuo obsceno que actuara en la penumbra contra la moral o las buenas costumbres, ni porque molestase a los demás arrojando desperdicios desde las localidades altas del gallinero, ni porque hablase fuerte o hiciera comentarios molestos y reiterados durante la proyección… Todo era, extrañamente, una mera consecuencia de su risa. Si el Nácar comenzaba a reír nadie escapaba al contagio de ella y, al cabo de un minuto, la sala entera reía, todos inermes como gilipollas, y ya nadie seguía la película.

4 comentarios:

lohengrin dijo...

Me encanta,y con unas pipas,total

Lan dijo...

Y ya, con compañía y en las filas de atrás, ni te digo. ;-)

lohengrin dijo...

Me lo pido,porfa,porfa

Lan dijo...

Si es que te apuntas a todo...