17 de febrero de 2009

La cruz de los olvidados


A la entrada del cementerio había un gran monumento a los caídos por Dios y por España con el que te topabas sin quererlo y que se te tiraba a los ojos por lo exagerado de sus dimensiones y por lo exultantes de las frases grabadas en el mármol entre admiraciones enfáticas. Sin embargo mi abuela, que me llevaba de la mano, me retiraba presurosa de aquel mamotreto, del que yo no podía separar la vista, y me llevaba a ese rinconcito olvidado y, una vez allí, con cariño, me decía: Nosotros, hijo, donde tenemos que rezar es aquí.

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