4 de septiembre de 2008

El burro


Agapito y Ceferino, gaitero y tamboril, sexagenarios ambos, tocaban en las fiestas patronales de los pueblos. Eran una reliquia. Los viejos les escuchaban con unción y los ojos entornados, para no mostrar lo que no se debe.
La dulzaina es instrumento evocador de sonidos antiguos y penetrantes, pero inusuales en los años 80. Así que cuando, en aquel alarde, Agapito, puesto en pie sobre los lomos de un burro interpretaba estático una jota castellana, se hizo el silencio en la plaza.
Cayó al suelo. El jovencito cabrón que azotó al burro se reía. Herido en el alma, Agapito lo maldijo.

2 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

nunca falta un gilipollas sin sensibilidad.

(aunque me pregunto por esa extraña manera de tocar, de pié sobre un burro!!!!!)

Lan dijo...

Los burros estaban acostumbrados a llevar cargas muy superiores al peso de un hombre y, por otro lado, no creo que el tío Agapito pasara de los 60 kilos. Pero hacer esas cosas eran florituras inocentes que tenían a galas los de entonces, para adornarse un poco, mujer. Chulerías rurales y de pobre, hoy en desuso sobre incomprendidas. :-)
La prepotencia del cabrón que lo tiró no pasa, sin embargo, de moda nunca. :-(